Olleros de Pisuerga conserva un tesoro excavado en la roca que es la joya más rara del románico norte de Palencia y uno de los mejores conjuntos eremíticos rupestres de la Península. Aunque hay muchos ejemplos de oratorios y ermitas acondicionados en cuevas, el conjunto de Olleros de Pisuerga es de tal dimensiones que se le ha denominado la Catedral de la arquitectura rupestre española.
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El eremitorio rupestre de Olleros de Pisuerga
El eremitorio rupestre de Olleros de Pisuerga se ha hecho muy popular debido a que fue uno de los sitios que optaba a ser «El Mejor Rincón 2015«.
Olleros de Pisuerga es una localidad de la provincia de Palencia que pertenece al municipio de Aguilar de Campoo del que le separan apenas 10 kilómetros. Aunque habíamos estado muchas veces por la zona de Aguilar de Campoo, no habíamos ido nunca a Olleros de Pisuerga, así que atraídos por lo que habíamos visto en internet sobre el eremitorio, decidimos que ya era hora de visitarlo.
El pueblo se encuentra en la margen derecha del río Pisuerga y tuvimos que atravesar todo el pueblo hasta llegar a la iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor. Probablemente hasta aquí llegaron en el siglo IX unos cuantos monjes mozárabes huyendo de los musulmanes, y en un primer momento utilizarían alguna de las cuevas existentes para vivir apartados del mundo, llevando una vida de soledad, austeridad y oración. Posteriormente empezarían a excavar en la roca de este promontorio de arenisca para construir una ermita. Ellos comenzaron una obra que continuó hasta el siglo XII, y que acabó siendo toda una iglesia que fue consagrada a los santos Justo y Pastor.
Al llegar a la zona en la que se encuentra la iglesia lo primero que nos llamó la atención fue la torre-campanario del siglo XVII, que se encuentra aislada a unos metros de la iglesia y construida encima de una roca, que en su base tiene una cueva. Aquí se cree que se encontraba el antiguo baptisterio, cuya ceremonia sería por inmersión. Fue una antigua torre de vigilancia, que se adaptó a su uso como campanario. La cueva, posteriormente, se utilizó para cocer las ollas de las que el pueblo toma su nombre.
Dejamos atrás la torre y llegamos al promontorio en el que se encuentra la iglesia; tuvimos que subir unas escaleras hasta llegar a un pequeño pórtico, añadido posteriormente, al igual que la espadaña.
Lo mejor se encuentra en el interior de la iglesia, en la que vimos dos naves con una falsa bóveda de cañón apuntado, separadas por tres columnas, dos de las cuales son artificiales del siglo XVIII ya que las originales se deterioraron. Tiene hasta un coro en madera al que pudimos subir y que está sostenido por una única pilastra.
Todo se labró en la roca como si fuera funcional, pero en realidad tanto las bóvedas, los arcos que refuerzan las simuladas bóvedas y las columnas son todos decorativos ya que la roca se sostiene sola.
Cuenta también con dos ábsides, el de la derecha, que es una estrecha galería que hoy se usa como sacristía; y el de la izquierda, que es una capilla lateral que se encuentra casi en total penumbra y que fue tapiada en el año 1755, sin que se sepan las razones. Esta última capilla fue descubierta en 1931 por el párroco del pueblo y en ella se encuentra un sepulcro antropomorfo en el que posiblemente fuera enterrado algún abad de la comunidad de monjes ermitaños.
Tiene una decoración muy escasa, pero en su sencillez radica su belleza. Este templo sigue estando abierto al culto, por lo que en uno de los altares de las naves se encuentra un retablo plateresco del siglo XVI con las imágenes de los dos santos niños Justo y Pastor.
En el otro altar destaca una talla de un Cristo Crucificado del siglo XVII debajo de la cual se instaló un ara romana que apareció en una casa del pueblo y un púlpito de madera policromada.
En una de las columnas se encuentra adosada una curiosa pila de agua bendita.
En un hueco a modo de capilla se encuentra la pila bautismal de tipo pozo, realizada en un solo bloque de roca arenisca.
El templo fue encalado hacia 1880 por orden gubernamental a causa de una epidemia de cólera y en 1952 fue eliminada esa capa quedando a la vista la roca con las huellas de los picos con que se labró.
Si tienes oportunidad acércate a visitarla al atardecer, cuando los últimos rayos de sol que entran por la puerta dejan ver destellos dorados en la roca arenisca.
Una vez visitada la iglesia vimos que en el exterior y junto a ella se encuentra una necrópolis rupestre, con restos de sepulturas antropomórficas excavadas en la roca, y también una serie de de cuevas o habitáculos, posiblemente prerrománicos y que tendrían ya un carácter sagrado antes de llegar los eremitas.
Junto a este conjunto se encuentra una agradable pradera en la que se ha habilitado un área recreativa con mesas en las que poder comer y que aprovechamos para hacer lo propio.
El Castro Cántabro de Monte Cildá y sus vistas del Cañón de la Horadada
Junto al pueblo de Olleros de Pisuerga se encuentra el Monte Cildá, en él se han hallado importantes vestigios arqueológicos: restos de poblamientos cántabros, romanos y visigodos, y en el que algunos investigadores creen que estaba situada la ciudad cántabra de Vellica.
Hasta allí nos acercamos con el coche y para ello tomamos la carretera que va de Olleros hacia Mave (P-620) y al poco de salir de Olleros nos desviamos en el primer camino que sale a la izquierda en el que hay un cartel indicador. Tomamos el segundo desvío a la derecha, que es en realidad un cruce de caminos, y continuamos ascendiendo hasta un punto en el que el camino era impracticable para seguir con el coche, así que a partir de allí continuamos un pequeño tramo a pie por la senda que hay marcada.
El camino apenas está señalizado, tan sólo hay unas cuerdas rojas atadas en algunos matorrales, pero aún así es fácil llegar. Enseguida llegamos al yacimiento denominado Castro de Monte Cildá, donde pueden observarse los restos de la muralla tardorromana reconstruida en época visigoda, que es la puerta de entrada al yacimiento y el único resto visible del Castro de Monte Cildá.
Ya en el siglo I a.d.C. era un importante poblado indígena cántabro, que fue destruido por la invasión romana durante las guerras cántabras en 26-25 a.d.C. Los romanos permanecieron aquí durante los siglos I y II de nuestra era, y varios autores han ubicado en Monte Cildá la ciudad romana de Vellica.
Este castro pudo ver sucesivas invasiones de los pueblos suevos, vándalo y alanos. Hacia el año 574, Leovigildo conquistó Cantabria, y Cildá pasó a dominio visigodo y continuó habitada hasta el siglo XII, en que se abandonó. Parte de los sillares de su muralla sirvieron posteriormente para levantar el castillo de Aguilar de Campoo.
No es de extrañar que los habitantes del castro eligiesen este lugar, ya que cuenta con unas maravillosas defensas naturales. Para subir sólo hay un camino y el resto del perímetro montañoso es toda una colección de precipicios y cortados.
Caminamos por esta meseta pelada hasta llegar al borde del precipicio y desde allí pudimos disfrutar de una de las vistas más bonitas del entorno.
Debajo de nosotros se encontraba el río Pisuerga que es el responsable de la formación de un bonito cañón, el Cañón de La Horadada. Por encima del cañón, se eleva una meseta en cuya parte superior izquierda se encuentra el Monumento Natural de Las Tuerces, un impresionante conjunto de callejones excavados por la erosión y la karstificación en las rocas calizas de la zona superior de la meseta.
Este cañón se encuentra lleno de oquedades que no es de extrañar que fueran ocupadas por una densa población neolítica, ya que se han encontrado en ellas abundantes restos arqueológicos, sobre todo procedentes de la Edad del Bronce.
Hoy en día entre estas peñas resuenan los fuertes chillidos de las chovas piquirrojas, y sirven como área de nidificación de los buitres leonados.
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